sábado, 9 de julio de 2011

LA BALIZA ROJA

LA BALIZA ROJA

Susana no llegaba a comprender como su  minoría de edad podía constituirse en los afianzados barrotes de su propia celda. Barrotes que le impedían ir hasta él y arrojarse en sus brazos temblando enamorada. Totalmente perdida entre sus caricias y deleitada con cada uno de sus susurrados “Te quieros”. La oprimente sensación de no tenerlo convertía a su vida en la más oscura de las mazmorras donde el ventanuco que le mostraba el cielo se le iba achicando día a día. Quitándole el aire de a poco hasta asfixiarla. Solamente el pasar de los años derribaría, esos barrotes que hoy la aprisionaban.

¿Esperar?... ¿Cuánto…tres…cuatro años? ¿Y qué del fuego que hoy la consumía cercenando gritos en su garganta? ¿Qué del llanto que derramaba, horas tras horas, sumergida en su dolor? ¿Qué de ese amor brotando a borbotones dentro de su pecho?... Decidió escaparse…

Era obvio que sus que padres que se oponían a esa relación y ya  la habían amenazada con encerrarla en un instituto para menores, si continuaba con lo que ellos llamaban un empecinamiento, presentaran el hecho ante la policía. Inmediatamente de recibida la denuncia se emitió un comunicado de captura sobre la menor.

Él,  Conociendo que esta situación lo colocaba como la persona mayor que ejercía delito sobre ella. Se alejó de todo con el fin de escapar de posibles sanciones y quizás, en el peor de los casos, de caer detenido. Renunció a su trabajo y, con apenas un bolso, se traslado a una solitaria casita que poseía en un balneario poco concurrido de un municipio de la costa.

Ella suplía el desconocimiento de sus jóvenes años con el coraje que le nacía desde el seno de su amor y tan solo con eso se aventuró en busca de él. Sin saber cómo ni dónde encontrarlo. Pero segura de que lo haría..
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El patrullero avanzaba a gran velocidad, por la ruta desierta, a esa hora de la noche, clavava el blanco de las luces altas sobre la cinta negra del asfalto, devorándolo. Sobre el techo el exaltado latir de su roja baliza tiñe de rojo la frondosa vegetación, los extendidos arenales y la espuma de las olas que rompen sobre la playa. El ulular de la sirena acompaña el viaje gritando sobre el oscuro silencio, advirtiendo de su paso sin nadie que la escuche...

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Duele, el estrangulante nudo lastimando su garganta. Sus brazos caen sin fuerzas a los costados del cuerpo y sus pies se convierten en plomo en el inoportuno capricho de detenerlo allí, clavado al piso, frente su casa. Cuando el patrullero se detiene cortando la sirena, que saluda con un ronroneo felino antes de silenciarse…

Sabe que vienen por él y resignado muestra sus palmas para entregarse… Entonces ve abrirse la puerta trasera del vehículo y unos pequeños pies, que tanto conoce, tocan el suelo.

Susana corre hasta sus brazos que siguen abiertos llenos de emoción y perplejidad.


*****

Nuevamente  la sirena vuelve a lastimar el silencio de la noche alejándose, al tiempo que su roja baliza se hace más, y más, pequeña, Hasta perderse en el horizonte. Lleva consigo a dos policías, que sin saber que estaban contradiciendo deberes, sonríen felices de haber actuado como diligentes celestinos ante los insistentes ruegos de una joven enamorada.

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