sábado, 24 de septiembre de 2011

DOS TAZAS DE CAFÉ NEGRO


DOS TAZAS DE CAFÉ NEGRO



     Silvina empujo, para entrar, las puertas vaivén de la confitería y estas se cerraron detrás de sí como el aleteo de una mariposa batiendo el aire de esa calurosa tarde.

   Estaba feliz de que a tempranas horas no hubiera mucha gente. Recorrió los pasos necesarios para conquistar su mesa preferida, frente a la ventana, retiro hacia atrás una de las sillas  colgó su cartera en ella y se sentó, mirando hacia la ventana

    Afuera: Los transeúntes escapaban sus pasos esquivando la interminable fila de automóviles que se movía muy lentamente con el estridente reclamo de sus bocinas. En la esquina los semáforos facilitaban o fastidiaban con sus luces verdes, amarillas y rojas el agobiante calor del día

     El encargado del salón acudió servicialmente a tomarle el pedido.

     -Dos cafés negros, por favor. – Pidió ella.

     El mozo asintió con su cabeza y regresó al mostrador, transmitiendo el pedido. Mientras el dependiente lo preparaba, se puso a observarla desde lejos. Hacía cuatro meses, ya, que trabajaba en ese lugar y la había visto en varias oportunidades: Llegaba sola, una vez al mes, aproximadamente, y pedía dos cafés y armada de mucha paciencia disponía su espera a la llegada de alguien que nunca cumplía, porque siempre al tiempo de consumir un solo café, le llamaba para abonar el consumo y retirarse tan sola como había llegado.

    El muchacho del mostrador golpeteó sus clásicos clac clac del desalojo de borra de los filtros, los rasó con café recién molido y los insertó en las dispuestas boquillas de metal. La maquina exprés se estremeció al paso de presión en sus recónditas y misteriosas tuberías, a la vez que soltaba un gran soplo de vapor que comenzó como un siseo y se convirtió en silbido al calentar las tazas, tras lo cual espumosas y humeantes cruzaron el salón.

     Una brillante bandeja empalmada distribuyó los cafés a ambos lados de la mesa. -Con un cabeceo el mozo se retiro.-

    Nuevamente en el mostrador, mientras simulaba acomodar azucareras, que ya estaban acomodadas, se detuvo a mirarla. Una mujer de mediana edad. De maneras educadas. Vestida impecablemente pero sin ostentación de Joyas, como aros y collares. Si debería ser casada puesto que repetidamente giraba el anillo de su dedo mientras mascullaba misteriosas palabras al movimiento de sus labios. Un gesto quizás bastante delator de la decepción que debería sentir por la frustrada cita. Seguramente algún amante desatento.

    Los minutos danzaron flotando en el aire junto al chocar de tazas, apilar de platillos y distribuir de cucharas, con un fondo de murmullos, risas y chistadas.

    Cuando Silvina llamó para abonar su cuenta el mozo al verle en su rostro una sonrisa amable y distendida, no pudo refrenar sus preguntas:

    -¿Como estuvo el café?

    -Bien… Muy bien.

    -Lástima que otra vez no vino… ¿No?

    -¿Quién?- Pregunto ella - ¡Ah! ¿Lo dice usted por la otra taza, verdad?

    -Sí.

   -No, no es nada. Le cuento: Sí, vino. Claro que vino. En esta misma confitería, un lunes primero de mes, hace siete años, tuve la primera cita de novios con el que luego fuera mi marido. Al año nos casamos y vivíamos en plena felicidad hasta hace dos años en que una repentina y mortal enfermedad, me lo arrebató de mi lado, dejándome un gran vacío que, por el momento, no puedo llenar. Así, todos los lunes primeros de cada mes, vengo a sentarme en esta misma mesa, con él, no solo para homenajearlo por los años felices que me supo dar, sino también Para recordarlo… A veces el tiempo me juega la mala pasada de querer borrarme el recuerdo de su rostro, lo voy perdiendo,  poco a poco, se me escapa entre la bruma.  Por eso vengo aquí donde lo puedo volver a dibujar mientras compartimos un café. Y hoy, como siempre, él vino. Claro que vino.

    -Disculpe usted, no debí entrometerme.

    -No. Por favor. Gracias por preguntar. Me hizo bien comentarlo con alguien.

   Una reciente sequedad se había anclado en la garganta del mozo por tan ceremoniosas palabras, en respetuoso silencio retiró las tazas, la vacía y la llena, Sintiendo una repentina admiración por esa gran mujer. Prometiéndose a sí mismo de abstenerse en el futuro de hacer juicios apresurados.

    Sus ojos la escoltaron celosamente hasta que Silvina se lanzó hacia el sol de la tarde donde fue engullida por la muchedumbre apresurada. La máquina de café exprés, a sus espaldas, lanzó un nuevo silbido al aire, para llamarlo, de vuelta, al trajín, metálico confidente conocedor de que pensaba.


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