viernes, 24 de febrero de 2012

TIERRA ESTERIL


¡Hola a todos! 
Hoy publico una historia real, con el permiso de María del blog 


Es la historia de un primer amor, ese que nos marca. 
Espero haber cumplimentado con mis palabras lo que ella esperaba de esta historia al entregármela con toda su confianza


TIERRA ESTERIL



María, Con sus jóvenes diecisiete años estaba a punto de conocer el tiempo imperfecto del verbo amar: Amaría iniciando el camino de, como toda adolescente de adolecer y no dentro de la acepción de esa palabra como carencia de algo, sino en la aplicación propia de su más cercano sinónimo: Sufrir.

Se había enamorado de un chico dos años menor que ella, lo que no hacía diferencia alguna a la hora de sus despertares. Con él se lanzó a recorrer los caminos donde el amor, la excitación y la pasión, aguardaban:

Estrellaron sus bocas, en los primeros besos, que les supieron a fuego alimentando escozores en una piel que hacía su entrega a sensaciones inexploradas.  

Con hambrientas caricias hurgaron dentro de sus propias geografías buscando aquellos inhabitados rincones donde encontrarían las llaves para abrir el arcón de los suspiros de alma.

Y se extasiaron, juntos, inventando palabras,  susurrantes del oído, hacedoras de cosquillas y carcajadas.

Y en la liviandad del peso deseado, crearon estremeceres para cada uno de sus cuerpos, prisioneros voluntarios del ímpetu de sus acaloradas ansias.

¿Quién no vivió con fuerza su primer amor? ¿Quién no lo imagino eterno, inquebrantable y sin trampas?

María, ofrendó voluntades al sentimiento que le roía por dentro y quemaba agigantando deseos de echar raíces en ese corazón que le había robado el alma, Pero. Al igual que esas semillas que son expulsadas de su vaina y vuelan atrapadas en el viento o son impelidas a navegar los torrentes de chubascos y chaparradas: Mala tierra encontró en el suelo. No pudieron sus radículas beber las sales vitales para que el embrión cruzara la testa en busca del cielo, del sol y del agua.

Mal de aquella semilla que cae en el polvo, en arena o en piedra, no tendrá la dicha de ser germinada… Mal de aquel amor que, feliz y en pleno apogeo, ve truncar, de pronto, su destino y se apaga.

Desvasaron, los relojes, las arenas del tiempo tapando con sus cúmulos ese amor que se prodigaban: Ella viajó lejos por trabajo. Él encontró en otra mujer el consuelo que necesitaba. Ella, esperó explicaciones en un frente a frente. Él tan solo levantó el teléfono y advirtió que terminaba. Quizás no hubo culpas y fue tan solo el desatender un sentimiento que agonizaba a la distancia.

Fue un golpe fuerte para María. Se entristeció. Se acongojó  y lloró… y  todos los verbos terminados en “o” que se dieron cita para ganar los espacios del dolor de su alma.

Sufrió… Pero, también aprendió…

Aprendió que se puede cambiar las palabras escritas del karma. Que a veces alcanza con tomar los colores y pintar sonriendo una nueva mandala.

Aprendió que no es casual que el polvo se acumule en el desierto: El polvo es simplemente eso, nada más que polvo, no previene raíces, es estéril, sin vida, fecundidad de nada. Por eso le basta un nuevo soplo al viento para aventar la semilla de donde yazga. Una nueva tierra la estará esperando, más fértil, más sana,  para abrir sus entrañas y dejar que se instalen por fin sus raíces prodigando savia. Y entonces crecerá la planta entregando sus flores, al verse preciada. Igual, en el amor, es de esperar que al tiempo un nuevo corazón dará al otro corazón cobijo y morada y volverán a inventarse palabras susurrantes de oídos, en otros mañanas…

***

Esta es la historia simple de un amor que no fue.  Solo un cruce de caminos. Dos jóvenes en una quedada. Un amor hecho semilla sin la tierra deseada. Esta historia no es un acabose, tiene puntos suspensivos, María quiso que la contara. Tiene un final abierto para, quizás,  otra historia – Si ella, algún día, decide contarla – feliz volcaría mi entusiasmo al relato y en el publicando de alguna otra entrada.


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