viernes, 16 de marzo de 2012

UN ROCE ENTRE LOS LABIOS

UN ROCE ENTRE LOS LABIOS



Aiko, Se detuvo un momento frente a una de las entradas del metro de Tokio. Midió la acostumbrada dificultad de las plataformas en sus zapatos y dio un pequeño salto sobre un escalón permitiendo que la larga escalera mecánica amistosamente la soterrara.

Luego de sentarse en uno de los vagones que precedían la formación, miró a su alrededor el resto de las chicas que viajaban en esa noche de sábado y suspiro al sentirse mimetizada. Casi todas eran chicas cosplay: Auriculares en las orejas. Guantes hasta el antebrazo. Colgantes en el cuello, Cinturones de remaches. Cadenas cromadas. Dos colitas en las cabezas de mil colores y de mil colores ataviadas.

En la puerta del estadio designado para el concierto se aceleró su corazón buscándolo, a él, entre la muchedumbre agolpada. Recién a la decena de minutos descubrió su rostro, sonriendo entre la gente, con un flash en la mirada.

Solo hubo un roce entre los labios. Un pasar. Una tocada, como el chocar de cañas en un atrapa-vientos. Un susurro de beso. Un casi nada.

Comenzó el show con luces apagadas. Luego del ascender de la música. Un agitar de bastones fluor y el ensordecedor grito de la gente que explotó en la presentación de Hatsune Miku y Megurine Luka. Las más famosas cantantes virtuales, nacidas de la fusión de un sintetizador de voz y los más avanzados hologramas.

Duraron, lo que dura un concierto: Los saltos. Los apretones. Los abrazos. Un estremecerse juntos, Un disfrutar de la música, Luego, terminado, el pasear por las calles musitando palabras con las manos enlazadas.

¿Cuánto hacía que salían? Pensó Aiko… ¡Diez meses. Ya!...Y no se equivocaba: Diez meses de salidas compartidas, de cines, de conciertos y paseos por la plaza. Diez meses naufragando caricias en sus manos, reteniendo el deseo con mordiscos en la boca y cerrando los telones en el borde mismo del umbral de sus miradas. Por eso: Al despedirse…

Solo hubo un roce entre los labios. Un suspiro hecho caricia. Un leve batir de alas El ápice de una hoja de junco hamacada por los vientos entregando sus caricias sobre el agua.

Un – ¡Llámame! – y un - ¡Te llamo! - la dejo a ella nuevamente en el metro y a él caminando solitario por el centro de la calzada. No necesitaban más. En la vida moderna de ambos un aluvión de tecnologías dio a luz otras necesidades que, una vez cubiertas, exiliaban la vida en pareja, las caricias y el sexo a otras sociedades menos desarrolladas.

Él, ya en su departamento, colocó un disco en el reproductor de Dvd y buscó en su cajón el envoltorio del Tenga naranja. Casi, al mismo momento, ella, en el suyo, abrió de par en par los cristales de su ventana para que el aire de la noche entrara, puso música suave y se estiró en la cama, dejando que las yemas de sus dedos hurgaran placeres, justo allí, donde duermen los gemidos junto al río escondido de las lágrimas.

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