sábado, 26 de mayo de 2012

CUANDO FLOREZCAN LOS CEREZOS


CUANDO FLOREZCAN LOS CEREZOS



El jardín explotaba en un exuberante verdor mientras el paso de un invisible pincel dejaba rastros de color, aquí y allá, de las flores que recibían a la primavera esa mañana. Dos revoltosos gorriones jugaban alrededor de un bebedero persiguiéndose alternadamente, llenando el aire con piruetas de complicadas filigranas.

Suzume*, sentada, observaba con celo la escena a través de los cristales de su ventana. Bebió lentamente el último sorbo de té y buscó el pequeño puff que le oficiaba de mesa para reposar sobre el platillo, la taza. Tras un suspiro volvió  a  ajustarse en sus manos las flojas liadas de improvisados vendajes hechos de jirones de tela blanca.

Le habían dicho que no… que no se podía… que ya se había hecho todo lo humanamente posible… que la ciencia médica había agotado todos los recursos y ya nada quedaba.

-¿Y para cuando sería eso? – Le preguntó al médico, en ese mismo jardín, en la última visita a su casa.

- Será al final de este invierno, cuando entre la primavera – Y señalando el árbol que se mostraba lirondo en ese invierno, añadió – Cuando ese cerezo llene de flores sus ramas –

¡Lo amaba tanto, Que no podía hacerse a la idea de perderlo!  Esa terrible enfermedad lo había postrado, Ya no podían bailar juntos bajo el árbol en una lluvia de pétalos. Pero lo tenía allí, para conversar con él largas horas por las tardes, Podía despedirse, después de arroparlo, con un beso enmejillado por las noches y despertarse junto a él, con una sonrisa, en cada mañana.

Debían continuar juntos el camino. Ella no iba a rendirse… ¡No!

Haría lo que estuviera a su alcance para defender su vida. Por ayudarlo a vivir, aunque ello  comprendiera ver teñirse, todos los días, los vendajes de sus manos con nuevas y frescas manchas granas.

Por eso hoy, como todas las mañanas después de entrada la primavera, cruzó decidida el jardín en busca de la escalera, la apoyó junto al árbol para alcanzar sus ramas y fue pinzando con sus dedos cada nuevo brote que encontraba. El cerezo al ver menguada, con el cotidiano  pinzamiento, su exigencia de savia soltaba, cada día, nuevos y más duros brotes en la necesidad imperiosa de poblar sus ramas con sus acotumbrados ramilletes de flores rosas-blancas.

Le acompañaban dos pájaros homónimos de nombre y ausentes del vuelo entregando un piar elogioso desde el otro extremo del árbol apoyados, uno contra el otro, en el mecer de una rama. 

Suzume* pagaba con uñas rotas, lacerados nudillos y heridas en sus manos el precio de lograr que, al menos en su jardín, no floreciese el cerezo. Mientras, sonreía pensando en el sorprendente hecho de que con ésta llevaba ya tres enteras primaveras lastimándose las palmas.


*Suzume: Gorrión 

Mai Hoshimura *Sakura Biyori*
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