sábado, 3 de septiembre de 2011

VIOLETAS SOBRE LA PIEL


VIOLETAS SOBRE LA PIEL



Adabel, colocó cerillas cerca de las velas, la música suave, y se dispuso a esperar…
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Circundara, la noche, con sus sábanas negras embozando su rostro para espiar. Tapara a la luna con mantos de nubes para que no mire lo que ella mira. Y le pedirá al rocío que suelte sus lágrimas y a los grillos ponerse a cantar.

Adentro del cuarto temblaran las luces de un circulo de velas consumiendo pábilos al tiritar. Habrá una vela por cada mesa, Tres en la cómoda, una en un banco, cuatro en el piso, alrededor de la cama, y dos que presuman desde lo alto en dos candelabros sobre el respaldar.

Y el lecho tan blanco dejará de ser blanco, volviéndose arenas en  redondel y en él los preámbulos de una nueva contienda. El mirarse a los ojos atentos del otro. Y de pie, desafiantes: Adabel y él…

Serán dos contrincantes enfrentados en lucha. Cada luchador dispuesto a vencer. No importaran las armas. No importaran las mañas. Cada cual será uno, cada quien será quien. Gladiador y guerrera. Cruzado y morisca. Jinete osado y brioso corcel.

Se enredaran los cuerpos, luchando y  golpeando. Intentaran zafarse y vuelta a caer. No se aplicaran treguas ni pausas, ni mora, El único objetivo es tomar prisionero, dominar al otro, poderlo vencer.

Forcejearan las manos empujando y cediendo, sujetando y soltando, forzando a sus dedos a andar los caminos más allá del amor y el dolor, en pos del placer.

Y las bocas que besan, abandonaran sus besos e irán a morder la esclavina del otro: La apetecible carne de la cercana piel. Y se clavaran uñas dibujando los surcos de una tierra arada clamando de sed. Y se pintaran moras en al albor de sus cuerpos en el caprichoso arte de un  apasionado pincel.

Las luces del alba, tocaran su diana. Cantaran las aves, desde el vergel. Y en el lecho deshecho de las sabanas blancas, ni vencedores ni vencidos. En empate de lucha amanecerán los cuerpos, abrazados y unidos, exhaustos y rendidos. Mientras se apaga la llama de la última vela, que dejara de arder, cuando Adabel abandone silenciosa y furtiva el dormido abrazo y se enfrente desnuda al cristal del espejo sorprendiendo el naciente de unas manchas moradas… Florecientes violetas sobre su piel. 

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