sábado, 11 de febrero de 2012

CAZACONEJOS


CAZACONEJOS



La noche descansaba sobre sus propios lienzos de oscuras sombras con las que arropaba a la ciudad dormida. El vehículo de gran porte irrumpió de repente... y al girar en la esquina perturbó la calma de las calles vacías. Sus faros delanteros jugaban reflejos, en el asfalto mojado, sosteniendo las lunas blancas que le antecedían iluminando la calle por donde se adentraba. Metros más adelante un par de perros salieron al cruce ladrando al ronroneo del motor. Más por una simple costumbre que por propias ganas.

Amalia, repasó rápidamente las circunstancias que la llevaron a tomar las decisiones que culminaron con su presencia en ese vehículo, en esas calles y a esas altas horas de la noche. Todo fue consecuencia del accidente sufrido por su pareja quien se encontraría postrado por un par de meses sin poder trabajar e impedido de afrontar los gastos de su recuperación y la vivienda que alquilaban. Por eso ella salió a trabajar. Se sentía capaz de sacar esta situación adelante y no importaba lo que tuviera que hacer para sortearla. Aunque, ahora que lo pensaba. quizás exageró, cuando le dijo que estaba dispuesta a cualquier cosa a ese hombre extraño que la entrevistó antes de contratarla.

Un soplo del aire frío de la noche se coló por su cuello y la  hizo estremecer. Reacomodó con su mano libre  la capucha que cubría su cabeza y cerró hasta el tope el cierre del pecho de su mono, mientras con la otra mano sujetaba con fuerza el tubo de metal que a partir de esta noche y por muchas más, debido a la peligrosa tarea emprendida, se volvería vital para sustentarla.
Y allí estaba, Con la ropa húmeda, nerviosa, asustada, escudriñando la calzada. Podría decirse de ella cualquier cosa menos que en cosas del amor no se jugara.

De pronto a la luz de los faros divisó los primeros dos conejos a un costado del camino. Miró hacia adelante y hacia atrás del vehículo para comprobar que nada obstaculizaba su trayecto y se lanzó a la carrera y con una agilidad impensable atrapó a los conejos por sus orejas y con ello en mano saltó nuevamente, sobre el pescante trasero del vehículo en marcha.

Al doblar en la esquina  Amalia tuvo que sujetarse fuerte del tubo de su pasamanos, para no caerse: Mientras los neumáticos dejaban su llanto sobre el cemento en la noche cerrada.

Sonreía pensando en que le contaría a su amor cuando le preguntara como había sido su primera jornada cuando la bocina de su vehículo la llamó a la realidad: Su tarea no había terminado. La empujaba el amor y debía atrapar más conejos de orejas atadas. Faltaba aún recoger la basura de esa y de otras doscientas sesenta cuadras.

Lo hare por ti - Paulina Rubio
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