sábado, 8 de octubre de 2011

SONRISAS ROJAS EN CARAS PINTADAS

SONRISAS ROJAS EN CARAS PINTADAS


     Fue una tarde de feria y sol, Fue en el barrio porteño de San Telmo, entre baúles vacíos de recuerdos, fonolas, discos de vinilo y cervezas con picadas. Con palomas ocupando balcones sobre el murmullo de la gente que discurre en las calles adoquinadas 

    Ella era joven, con cara de niña. Un morral sobre su hombro, remera sobre los jeans y borceguís de largos cordones rematados en nudo sobre la ojalada, una cinta fucsia sujetando una trenza y enmarcando su angelical sonrisa mohines en la cara.

     Él era un joven, feliz de ser joven. Remera con horizontales franjas, chaleco y un moño, guantes blancos en sus manos, zapatillas verdes y pantalones a rayas. En su cotidiano acto de hacer reír a la gente, con sus gestos de mimo a cara pintada. 

     Fue un amor a primera vista donde Cupido repartió sus flechas arrancando sonrisas entre  picaras miradas.

    Cuentan los paraguas testigos en las vidrieras que escucharon decir a los cochecitos de lata, que ella le habló y suplicó por favor que le dirigiera la palabra y por mucho que insistió…e insistió…no consiguió que él le dijera nada.

     Y lloro: la biblia sobre un calefón, sobre una jofaina lloro una tinaja y un traje de levita negro se abrazó con el de novia detrás de los cristales de un antiguo negocio que daba a la plaza. Y los agridulces olores de cientos de prendas y muebles añosos hicieron arder los ojos de quienes presenciaban encontrándose de pronto con una u otra lágrima enmejillada. 

     Y la joven, triste, viendo que ante sus palabras el mimo no reaccionaba recurrió a miles de gestos para hablarle de amor, explicando ese nuevo y fuerte sentimiento que le desbordaba el alma. Hizo pasos frente a él, para llamar su atención, para agasajarlo una improvisada danza que la dejo de rodilla al piso donde cruzó fuerte los puños sobre su pecho para soltarlos después, hacia él, con brazos extendidos e implorantes palmas. 

    El mimo feliz, mostrando su alegría dio brinco tras brinco, saltando en la plaza. Metió las manos en el bolsillo  de su chaleco, saco una cajita, y de un santiamén le pinto la cara.

     Desde esa tarde, en todas las tardes, se los vio juntos actuando en la plaza. Siendo las delicias de los transeúntes que engorran propinas para las rojas sonrisas pintadas en sus caras. Desde los escaparates les sonríen las antigüedades. Un violín sin cuerdas reajusta clavijas y un payaso con resorte salta desde adentro de su caja. Un viejo vinilo que reproduce a Gardel se escucha en la plaza bajo el coro de buches de las grises palomas enbalconadas.

    ¿Qué si fueron felices? Quiero creer que sí…Yo les pregunté. Pero ellos nunca soltaron palabras…




Video: El sueño del mimo
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