sábado, 18 de febrero de 2012

COPAS VACíAS


AVISO: Aprovechando la nueva aplicación de Blogger de responder  anidado al comentario vuelvo a atender todos los comentarios que se alojen al pie de mis entradas. Confío en que esta nueva herramienta nos regalará una presencia más cercana. 

COPAS VACIAS



Los colores de artificiales luciérnagas revoloteaban las paredes al replicar los destellos de la bola espejada que giraba en el techo. Los parlantes de la rockola, a un costado de la barra, sacudían afónicos la música seleccionada. El boliche desbordaba de gente que mecían sus cabezas como boyas de demarque atrapadas al curso de alguna marejada.

Sentada al mostrador, estaba Silvina, en una butaca, con piernas cruzadas. Reacomodó su postura para tomar un sorbo de su bebida. Con el dedo corazón de su otra mano  jugó borroneando la luna de agua que dejó su copa al levantarla. Sumida estaba en sus pensamientos. Prodigándose reproches, harta de sus días vacíos y sus noches desoladas.

De pronto sintió un escozor. Un frío extraño recorriéndole la espalda. Aún antes de encontrarlos intuyó los ojos que la miraban presintiendo el deseo que afortunó el vaticinio de su oscuro karma. Lentamente giró su cabeza, interrogando el semblante de las caras cercanas. Fue recién en el otro extremo de la barra donde encontró los ojos que enlazaron a sus ojos hasta marearla. Dos ventanas oscuras rebosantes de vértigo, estremeciendo cada uno de los poros de su piel y arrancando suspiros, que ni ella misma sabía que llevaba escondidos en algún recóndito lugar de su alma.

Una goma gigante se encargó de borrar a la gente. La música apagó su clama. Fue un encuentro de a dos. A solas ese ser y ella compartiendo deseos  a una hora avanzada en que los aquelarres se llenan de brujas y danzan, para estropear los  sortilegios y las buenaventuras que durante el día regalaron las hadas.

Perdieron conciencia  del paso del tiempo. No hicieron falta cercanías ni palabras. Estuvieron besándose, desde lejos, cada cual en el otro extremo de la barra. Fueron solo miradas, acariciando cada parte de sus cuerpos con el batir de las alas de sus pestañas. Mientras, los labios se volvían osados resaltando brillos de comisuras a comisuras al pasar de sus lenguas mojadas.

Pasaron minutos… o cuartos de hora. El tiempo se evaporaba junto al alcohol del remanente en las copas, ambas vacías, sobre el vidrio de la barra.  Estuvieron allí, mirándose, desde lejos. Entregando deseos al bajar de sus párpados y lanzando envites con mohines repletos de palabras calladas.

Sin demostrar prisa, Silvina, tomo su cartera y abonó la consumición. Volvió a buscar con sus ojos a esos ojos y con un leve cabeceo indicó que se marchaba.

Al trasponer la puerta caminó despacio. Nerviosa. Expectante. Esperaba oír los otros pasos por detrás de su espalda. Notó con sorpresa que sin quererlo estaba conteniendo la respiración y que dentro de su pecho el tun-tun de su corazón se agalopaba, Hasta que por fin unos metros más adelante los dedos de una mano hurgaron su mano para enlazarla.

Y así sin palabras. Se besaron largamente. Esta vez, los ojos enmudecieron sus miradas para mermar sus sentidos y descubrirse de a poco, con calma. Cada boca sorbió otra boca, cada mano surcó otra espalda. Cada cuerpo estrujó otro cuerpo intentando someterlo al capricho de sus ganas.

Y se fueron… caminando. Dos figuras femeninas, abrazadas, dibujando una sola sombra, que se alargó por las calles hasta esfumárse entre las primeras luces de la incipiente mañana.

Ana Torroja y Marta Sanchez
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