sábado, 17 de septiembre de 2011

PANTALLAS AZULES


PANTALLAS AZULES


   
     Afuera, un cielo totalmente gris estrujaba a las nubes para que soltaran su llanto en forma de finísimas gotas en una lluvia, si bien poco copiosa, fastidiosa por lo insistente.

     Rocío, Sentada detrás del mostrador del Cyber, comprobó el tiempo de uso de la PC para facturar el valor correspondiente y entregó el ticket con el vuelto en monedas a través de la ventanilla de la cabina  y saludó cordialmente a la pareja que abrían su único paraguas en la puerta para lanzarse juntos bajo la lluvia.

     Miró hacia el interior del salón, donde solamente dos muchachos, uno en cada extremo del mismo, tecleaban con su vista concentrada en las pantallas azules de los monitores.

     Anticipando una tarde aburrida, Rocío bufó, hinchando con aire sus cachetes para agitar con un largo soplido el renegrido flequillo que le caía sobre la frente.

     El reloj, desde la pared, le agitaba nervioso sus agujas haciendo las cotidianas señas de las tres de la tarde. Entusiasmada martillo sus dedos sobre el teclado de la PC, que oficiaba de servidor, para ingresar al chat de la nueva y ya famosa red.

    ¿Nombre de usuario?... Preguntaba el sitio. Con una sonrisa en los labios escribió: Afrodita. Un leve rubor coloreó sus mejillas mientras pensaba.  ¿De dónde había sacado el coraje para usar ese nombre. ¿Contraseña?... Félix, y le echó una mirada cariñosa al gato que ronroneaba sobre su falda.

     Allí, en el chat, estaba él, esperándola, como todas las tardes en los últimos meses,  coronando en solitario el recuadro de los mensajes.

Apolo dijo: ¡Hola. Afrodita!  

Afrodita dijo: ¡Cómo estás. Apolo! 

     ¡Vaya por su nombre de usuario, también! Pensó.  Los dos presentaban nombres y avatares de dioses como si el uso de esos simples apodos les permitiera ascender hacia la condición de deidades abandonando sus vidas aburridas, temporales y ordinarias.

Apolo dijo: ¡Como siempre ansioso, de esta hora, para encontrarme contigo!

Afrodita dijo: ¿Quieres decir que me extrañaste?

Apolo dijo: Ya debes de saber cuánto. No hago más que repetírtelo en los últimos     tiempos… Quiero conocerte… Hablarte a los ojos… Acariciar tus cabellos… Estrecharte en mis brazos…

     Y ella se derretía… Se moría de amor por él… Pero nunca, jamás, se animaría a un encuentro. Impregnaba todo en su vida con su pronunciada timidez. Ni siquiera había accedido a intercambiarse fotografías. Tan solo unos simples datos para describirse, cada uno, en tres palabras.

     Al rato, en el reloj, las agujas se quedaron dormidas sobre los pliegues del tiempo  dejando libres a los tic tac que se fugaron de la esfera para correr a espiar, por sobre los hombros, las intimidades de amoroso chateo.

     Llegado el cuarto para la hora…

Apolo dijo: ¡Hasta mañana, mi amor! ¡Te quiero!

Afrodita dijo: ¡Yo también!

     Rocío, cerró sesión y, dejando en el chat lo que es del chat, se llamó a la realidad, para atender al muchacho que terminaba de levantarse de una de las PC y se disponía a pagarle. Un fuerte estremecimiento recorrió su cuerpo cuando sus manos rozaron la de él al tomarle los billetes. Bajó avergonzadamente sus ojos y soltó las monedas del vuelto sobre el mostrador para que él las tomara, sin tener que volver a tocarlo.

-¡Hasta mañana!- Dijo él

-¡Hasta mañana!- Le contestó.

     Lo miró de reojo mientras se marchaba, percatándose que era el mismo que últimamente venía todos los días por la tarde. De muy buenos modales.  Alto. Atractivo, tanto que se sorprendió, a sí misma al imaginarse, caminando a su lado, tomada del brazo. Concluyendo que jamás de los jamases, alguien así se podría fijar en ella.

     Estiró la mano con el mouse  para hacer clic en su pantalla y apagar la maquina que se terminaba de desocupar. Desde el otro lado del salón un leve zumbido anunció el oscurecimiento del monitor donde hacía unos instantes, Apolo acababa de cerrar sesión.

     Rocío le siguió con la mirada mientras se alejaba, cubriéndose con su campera, saltando en la calzada sobre los charcos de agua y exhalando un suspiro dejó que la lluvia que era dueña de todo, por esa tarde, se adueñara también de aquella lágrima que se colgó temblando del borde mismo de sus pestañas.


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